lunes, 29 de diciembre de 2008

De como la industria cultural fue soñada como liberadora...


Realizando un trabajo de la famosa obra de Walter Benjamin "La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica" he llegado a este interesante artículo de Manuel Ruiz Zamora donde realiza una revisión del texto antes citado. El texto de Benjamin es de lectura obligatoria para cualquier interesado en las raices estéticas que han acabado confeccionando nuestro arte contemporáneo y posee una enorme riqueza conceptual y reflexiva. Obviamente actualmente las críticas son numerosas (el cine y la fotografía no han desempeñado el papel que debieran en cuanto a liberación política y se han convertido en un arma más del poder fáctico a pesar de lo que creía Benjamin) sin embargo el juego interpretativo que ofrece esta obra es innegable, lo que la convierte en intemporal.
No he podido resistirme a Copiar-Pegar un buen trozo de el artículo ya que me parece que realmente lo merece.




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Así, por ejemplo, mientras Benjamin opone a lacontemplación absorbente y solipsista que exige la obra de arte tradicional, las posibilidadesde socialización que ofrecen las nuevas formas de entretenimiento (cine, fotografía), Adorno no puede dejar de advertir los elementos de alienación y sometimiento que dichas realidades comportan, hasta el punto de afirmar:

“Divertirse significa estar de acuerdo. Es posible sólo en cuanto se aísla y separa de la totalidad del proceso social, en cuanto se hace estúpida y renuncia absurdamente desde el principio a la pretensión ineludible de toda obra, incluso de las más insignificante, de reflejar, en su propia limitación, el todo. Divertirse significa siempre que no hay que pensar, que hay que olvidar el dolor, incluso allí donde se muestra. La impotencia está en su base. Es, en verdad, huida, pero no, como se afirma, huida de la mala realidad, sino del último pensamiento de resistencia que esa realidad haya podido dejar aún”

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En la pérdida del aura de la obra de arte a causa de la de la reproductibilidad técnica, Benjamin advierte una victoria material del ideal ilustrado de desacralización y desmitologización de la realidad que, no sólo no le inspira ningún temor, sino que suscita en él todo un haz de posibilidades emancipativas, tanto desde un punto de vista político como estético. Hemos visto, sin embargo, que la existencia del aura está estrechamente vinculada a los elementos cultuales y rituales, los cuales, a su vez, se caracterizan por supeditar los aspectos exhibitivos de la obra, que en las formas de producción técnica se convierten en abrumadoramente predominantes. Por otra parte, la tensión dialéctica que se produce entre aura y reproductibilidad técnica se resuelve, no en el plano estético, sino en el dominio de lo político. Pues bien ¿hasta qué punto esta resolución no significa la simple sustitución de un dominio ritual por otro que, por otra parte, estaba ya presente, si bien de forma subyacente, en el anterior? ¿Es ciertamente la ideología esa posibilidad soteriológica que soñaba Benjamin o, por el contrario, otra forma diferente de ritual en la que los elementos míticos juegan el mismo papel de obstrucción de un pensamiento realmente libre y desprejuiciado?

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la intermediación de un mecanismo técnico no tiene por qué suponer, tal
y como sostiene Benjamin, la posibilidad de un distanciamiento crítico con
respecto a la realidad exhibida. Puede suponer, mas bien, todo lo contrario,
puesto que la construcción de la realidad que subyace en la imagen en movimiento
es infinitamente menos obvia que la que ofrecen las artes tradicionales, hasta el punto de que los límites entre realidad y ficción se diluyen hasta desaparecer. Con las formas técnicas de reproducción de la realidad comienza, sin lugar a dudas, la virtualización de ésta. La consecuencia de ello es que, tal y como pudo atisbar Adorno, las posibilidades de manipulación que de ello se derivan son potencialmente infinitas. El imperio global de la televisión en manos de los grandes capitales financieros es, en este sentido, concluyente.


Cabe preguntarse, por último, si ha desaparecido realmente el aura de las obras de arte o se ha convertido, contra lo que hubiera podido pensar Benjamin, en un fenómeno de masas. En los museos es ya algo habitual tropezarse con ingentes muchedumbres que se aplican a un generalizado ejercicio de devoción fetichista sin precedentes en la historia. Las masas acuden religiosamente a reverenciar determinadas obras de arte que se caracterizan por haber ido acumulando a lo largo del tiempo una, por así decirlo, densidad aurática que trasciende con mucho sus valores puramente estéticos. Por otra parte, ¿en qué si no en el aura se sustenta el mercado financiero de obras de arte? (En el capitalismo, cuanto menor es la realidad material de un producto mayor es el precio del que disfruta). El dinero, en épocas de crisis, encuentra paradójicamente un refugio más seguro en la difusa realidad del aura que envuelve una obra de arte que en la mucho más tangible guarida que el oro le había proporcionado hasta el presente.

[...]

Benjamin confiaba en una próxima transformación de las condiciones políticas y sociales que hicieran innecesaria la perpetuación de realidades de carácter idealista, la desaparición de los mitos que impiden la emancipación de los seres humanos. Esas transformaciones, sin embargo, no se han producido, y la sociedad sgue reclamando su dosis de alienación estética, aunque ello implique una perspectiva esencialmente antiestética.


Fedro, Revista de estética y teoría de las artes. Número 1, marzo 2004.

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